Nacer cuando el mundo se detuvo

Si esto fuese una película, la escena sería la siguiente: una puerta que se cierra, una mujer que se asoma a una ventana. Las sirenas de las ambulancias cortan el silencio en su camino hacia el hospital más cercano. Varios miembros del ejército llegan a una calle que hasta entonces permanecía desierta. Dos guardias civiles detienen a un coche y le obligan a dar la vuelta. En el televisor, el periodista de turno habla de muertos, de confinamiento, de la mayor crisis sanitaria vivida en el último siglo. No se toquen, aléjense de los que más quieren. Esa será la única manera de protegerles.

¿Pero cómo se separa una mujer del hijo que está gestando? ¿Cómo se separa de la criatura que acaba de traer al mundo? ¿Cómo podría dejar de darle la mano a su pareja cuando la hija de ambos está a punto de nacer? ¿Cómo podría pedirle a su hijo mayor que no le dé un beso a su hermano recién nacido, que no se le acerque, que no le toque?

Cinco años después, las madres de la pandemia hemos pasado página, pero no olvidamos. No olvidamos el abandono de una sociedad que estuvo más preparada para honrar a los muertos que para celebrar a los vivos, ni la soledad de gestar, parir y criar en los meses más inciertos del siglo. No olvidamos el esfuerzo titánico que nos supuso seguir adelante. El mundo se paró, pero nosotras no tuvimos derecho a parar.

“Es difícil hacer comprender a los que te rodean lo que vivimos porque todos (tuvieran hijos en ese momento o no) vivimos un momento complicado. Toda la población sufrió y se crea una especia de competición a ver quién lo pasó peor. Pero nosotras vivimos el momento más importante de nuestra vida, más feliz, más intenso, completamente solas, sin nadie que nos abrazara. Para mí fue un golpe muy grande”, cuenta Angela Guijarri, que trajo al mundo a Jairo el 18 de abril de 2020.

“Yo viví los tres momentos en pleno confinamiento. El embarazo con miedo, cambiaban protocolos cada muy poco y la información era escasa sobre el parto. El parto fue desastroso, mucha tensión entre los médicos. El postparto fue muy triste. Sola, sin ayuda, ni visitas. Hoy lo recuerdo con más cariño, pudimos tener calma, una lactancia tranquila sin juicios, pero en ese momento fue muy duro”, relata.

Helena Sánchez, madre de Aitor que nació el cuarto día de confinamiento, ya era madre de otros dos niños que tenían 2 y 5 años en aquel momento: “Tengo grabado a fuego en mi memoria cuando una enfermera entró a decirme antes del alta que lo mejor para el bebé sería que mandara a sus hermanos a casa de las abuelas para protegerlo hasta que esto pasara”. “Cuando cierro los ojos, recuerdo con total claridad el terror que sentí aquellos días. Terror a todo. Recuerdo la indefensión y total exposición”, añade.

El último trimestre del embarazo de Isabel coincidió con los meses más duros de la crisis sanitaria. “El embarazo lo viví justo cuando empezó la pandemia. Estaba de 22 semanas y recuerdo tener que ir a todas las ecografías sola, con mi mascarilla y protocolos de seguridad, pero con tristeza de vivirlo de esa manera casi sin poder salir a la calle y con una hija de 8 años. El postparto lo recuerdo tranquilo sin casi visitas de nadie, con mucho miedo de lo que podía pasar. En parte agradezco el no haber tenido visitas en el hospital y en casa. Así pude descansar más esas primeras semanas con el bebé en casa”. Su hijo, Julen, llegó al mundo el 31 de julio en circunstancias muy diferentes a las de su hermana. “Recuerdo cuando nació mi primera hija que justo al salir de paritorio tenía unas 15 o 20 personas esperándonos para conocernos, cosa que con Julen solo estuvimos su papá, él y yo, nadie más”.

A María B. le quedaban 15 días para salir de cuentas cuando se inició el confinamiento. “En esos 15 días solo recuerdo mis ganas de tener ya al bebé. Y el súper miedo e inquietud cuando empezamos a recibir noticias de los distintos protocolos en los hospitales para partos”. De aquellos meses recuerda la frase que más se repetía: “todo saldrá bien”. “No dejábamos de repetírnoslo pero no nos los creíamos, había mucho miedo”, recuerda.

Lucía y Sergio, hijos de María B., en 2020

La palabra que más repite Esther es “miedo”. Fue mamá de Gabriel el 17 de marzo, apenas cuatro días después de iniciarse el confinamiento. “Recuerdo tener mucho miedo, durante el parto y el postparto. No sabíamos nada sobre él COVID y me daba pánico cogerlo y que lo cogiera mi niño”. Ahora está esperando su segundo hijo y sabe que las circunstancias serán muy diferentes. “Me da miedo parir y que venga mucha gente a ver a mi hijo, porque mi anterior experiencia fue estar sola con mi marido y mi hijo y ahora es nuevo para mí”, cuenta.

Inmaculada tuvo un bebé prematuro a finales de septiembre. A una circunstancia difícil, se le sumó la crisis sanitaria. “Como fue prematuro y estábamos en pandemia, no dejaban entrar al papá a neonatos. Me sentí muy sola y él se sentía muy mal porque no podía verle”, explica.

Noemí, mamá de Álvaro, que nació en octubre, lamenta no haber vivido su primer embarazo con la ilusión que se merecía: “Creo que las embarazadas nos sentimos muy solas y desamparadas, se tomaron muchas decisiones que no tenían sentido y nos perjudicaron muchísimo, daños que después de mucho tiempo aún sigue doliendo. Se nos privó de muchos de nuestros derechos y a nuestras parejas también”.

Stephany había sido madre en diciembre, tres meses antes de que se desatara la crisis sanitaria. “Lo que recuerdo con más intensidad de la pandemia es la soledad que sentí lejos de mis familiares. Me vi muy sola y no pude disfrutar de aquellos primeros meses de vida de Daphne como me hubiese gustado”, destaca.

Grace vivió un parto muy difícil. Su pequeño Aarón llegó al mundo el 1 de mayo en unas circunstancias que aún le duele recordar: “El parto fue muy desagradable. Por desgracia, tuvieron que hacerme inducción y estábamos completamente solos mi marido y yo. Era todo nuevo y cuando teníamos alguna pregunta sobre el proceso, algunas enfermeras daban contestaciones bordes y desagradables. Hasta el momento de bajar a paritarios no nos confirmaron si iba a tener que bajar yo sola o me podría acompañar mi marido. Cuando ya iba a nacer mi hijo me hicieron la maniobra de Kristeller (que consiste en presionar de mono enérgico y doloroso con el antebrazo sobre el fondo del útero, para conseguir sacar al bebé de forma rápida). No tuvieron compasión ninguna, y enseguida sacaron a mi marido para que no viera mi sufrimiento. No pudo ver nacer a mi hijo. Además, hubo un problema y se lo tuvieron que llevar enseguida. Sólo lo vi los 5 segundos que le dejaron llorar. Estaba tan agotada y con miedo que me quede aturdida, seguramente por la falta de oxígeno al llevar durante todo el proceso dos mascarillas”.

“Podría decir que jamás pensé que las personas que se dedican ayudar a traer vidas en una situación así como una pandemia no fueran lo suficientemente empáticas y humanas para dar cariño en un momento tan especial. El postparto fue otro tanto, dormí la primera noche completamente sola, le pedí a mi marido que no dejara a mi hijo solo estando en la UCI neonatal. Por suerte, estaba sano y en observación, pero por protocolos en toda la noche entró una vez la enfermera y el resto fue silencio total. Cuando salimos del hospital, sentí mucha tristeza por pensar que nadie de la familia lo podía conocer. Un cúmulo de emociones me bloqueaba y por más que trataba de estar feliz con ese bebé maravilloso, la tristeza invadía algunos momentos”, relata Grace.

Victoria llegó al mundo el 15 de marzo de 2020. “Mi hija nació justo el día que empezó el confinamiento. Sigo viviendo ese día con lágrimas en los ojos. Lo que recuerdo con más intensidad fue que todo iba cambiando en el hospital mientras yo intentaba dilatar. El mundo se paró mientras mi hija nacía. Nada fue como había imaginado”, cuenta Marga. Su segunda maternidad no tuvo nada que ver: “La primera diferencia es que se abrió la puerta del hospital y se llenó de flores y abrazos; y la segunda, que mi posparto primero fue durísimo, tuve una depresión enorme, confinada, con cesárea, con miedo, madre primeriza… mi segundo hijo curo demasiadas heridas”.

“Mi hija se llama Victoria y en el hospital la siguen recordando 5 años después. Su nombre, sin saberlo, esconde a una niña guerrera, que lloró mientras el mundo se silenciaba… y como siempre le digo a ella, nacer el día que el mundo cambió ¡es de valientes!”, añade Marga.

Marga con su hija Victoria

El caso de María H. fue particularmente difícil. “En el parto di positivo en COVID por lo que tuve que dar a luz sola y estar los tres días de hospitalización después de haber parido completamente sola. No me dieron a mi hija hasta pasadas 17 horas de haber nacido. Mi marido conoció a su hija en el aparcamiento del Huca. El posparto inmediato sin salir de casa y con mascarilla durante 21 días. Luego llegaron los cierres perimetrales sin poder ver a mi madre y hermanas...”, recuerda.

“Curar el enfado y la decepción nos llevó tiempo, pero todo merece la pena por ellas”, reconoce María, que tres años después de la pandemia tuvo otra hija que le ayudó a sanar sus heridas. “Me sigue quedando la sensación que se nos maltrató mucho a las madres y a los bebés en esos meses. Otros pacientes podían ir acompañados de familiares a las pruebas y nosotras no. Mi marido había dado negativo el día del parto y no le dejaron estar. Sin embargo, el paritorio estaba lleno de gente que no era imprescindible. Nos robaron un momento irrepetible y eso nos marcó a los tres irremediablemente”, señala.

Zoraida desea que nadie vuelva a pasar por ese momento de soledad y abandono frente a un embarazo. Su hijo Omar nació en julio. “Fue un embarazo duro por estar tantos meses sin poder salir de casa. No teníamos apenas atención médica, ni podíamos estar con la pareja en las ecografías. Lejos de la familia y amigos. Yo personalmente me pasé medio embarazo llorando y en el parto me sentí vulnerable, totalmente por la soledad que sentí en todo momento”, rememora.

Catalina dio a luz una semana después del confinamiento. “Cuando estabas ahí cada día pendiente del telediario para poder ver a tu familia y presentarles a tu bebé... ¡se hacía duro!”, recuerda. “He tenido un hijo después, en 2023 y la experiencia fue completamente diferente, empezando por el parto que no tuvo que ser inducido, hasta la atención y el apoyo familiar. Yo nunca he sentido el agobio de familia o amigos por fortuna en mis dos pospartos, al revés”.

Nerea, que trajo a Hugo al mundo el último día de octubre, recuerda mucha descoordinación durante su embarazo. “El control en el embarazo fue muy poco serio. Cada día tocaba en un sitio diferente. La matrona la tuve en dos centros de salud diferentes, no había revisión de dentista ni preparación al parto. El papi no podía acudir a las ecos… Ahora estoy embarazada y es mucho más bonito y controlado. Lo duro del parto, además del dolor, fue tener que dar a luz con mascarilla y lo peor quedarme un día y una noche sola sin ningún sentido cuando seguía sola en la habitación y mi marido ya había estado durmiendo ahí. No entiendo por qué se tuvo que ir pudiendo haber estado conmigo”.

Arantxa aún siente el alivio que vivió después del parto, el 13 de mayo. “Curioso, pero la primera noche en el hospital (el bebé estaba en neonatos y no pude verlo hasta el día siguiente) creo que fue de las mejores noches que dormí, aun estando en el hospital. Sentí una sensación de alivio, de que todo había ido bien, pese a la pandemia. Y, por supuesto, que viniera sano era lo principal”, cuenta.

Bárbara fue mamá de Álex el 5 de abril. Si tuviera que definir aquellos meses con una palabra, la tiene clara: abandono. “Cuando llamé a mi matrona, y se dio cuenta de que me había puesto de parto en la semana 34, me derivó a otro hospital y me "deseó suerte". Al llegar al otro hospital, me preguntaron por los resultados de los últimos análisis y al decir que me los habían cancelado, que “ya me llamarían", me hicieron sentir culpable por irresponsable”, rememora.

Para Marta, la experiencia vivida durante el COVID fue tan dura que no quiso tener más hijos: “Mi niña nació una semana antes del estado de alarma, el postparto fue terrible, se me soltaron puntos, en varias ocasiones sufrí mastitis… Cuando comencé a ver la luz empezaban las vacunas y cómo soy maestra, fui de las primeras en vacunarme. Nos pusieron AstraZeneca y al día siguiente comenzó la psicosis de que producía trombos. Sentía que no acabaría nunca todo aquello”, lamenta.

La incertidumbre fue otra de las mayores dificultades de aquellos meses. Así lo recuerda Lorena, que hizo la primera ecografía de su embarazo el 20 de marzo, “ya encerrados”, como ella misma relata. Lo peor para ella fue “la incertidumbre de ser mamá primeriza en medio de este caos mundial. No saber lo que estaba bien o mal para mi bebé. Mucho miedo por la salud de mi hijo, no disfrutar de las ecos con mi marido, mis padres viéndome la barriga por videollamada… y en el momento del parto miedo a que la gente se acercara a mí bebé sin mascarilla”.

La incertidumbre también fue difícil para Verónica, que trajo a su hijo al mundo el 29 de marzo. “Lo peor fue tener a Simón en medio del desconocimiento, sin material sanitario y sin saber qué iba a pasar. Fue un momento muy difícil y angustioso, lleno de incertidumbre y temor por el futuro”. Cinco años después, Verónica aún no comprende ciertas cosas. “Puedo llegar a comprender que nuestros sanitarios estaban en una situación difícil, pero aún hoy en día hay cosas que sigo sin entender. Tuve que someterme a un parto programado por la situación, encontrarme frente a una cesárea sola, sin poder tener a mi pareja a mi lado, muerta de miedo, con comentarios del personal de fondo hablando de la situación crítica que tenía el hospital y de la falta de recursos, además del material sanitario. Yo no viví un piel con piel con mi bebé. Se lo llevaron con su papá a pesar de que yo estaba dando a luz sin mascarilla, cosa ridícula porque horas después le iba a dar el pecho…. Fue bastante traumático”, señala.

Pese a todo, Verónica añade: “Creo que los niños que nacieron durante ese tiempo tienen una fuerza y una resiliencia especial y que trajeron esperanza y alegría a un mundo que lo necesitaba más que nunca”.

Verónica con su hijo Simón

Angus, que dio a luz en abril, recuerda el momento exacto en el que se derrumbó: “El 14 de marzo nos metimos en casa y por mi vulnerabilidad no podía ni hacer la compra. A las dos semanas tenía cita en el ginecólogo privado y aún recuerdo la sensación de tristeza cuando salí a coger el coche al garaje. Iba sola, nadie podía acompañarme. Parecía madre soltera. ¡La carretera vacía! Mi ginecólogo me grabó la visita en vídeo para que mi marido y mi otra hija lo vieran. Yo aún no había echado una lágrima. Cuando me monté en el coche ya rompí y recuerdo gritar: Dios mío, pero ¿qué está pasando en el mundo?”, reconoce.

Aran recuerda con mucha nitidez el momento en el que subió de paritorio con su bebé. Era mayo: “Recuerdo al subir del paritorio la frase del celador gritando por el walkie y llorando. Llevo una vida, llevo una vida. Yo recién parida con el bebé encima, con mascarilla y oír eso me marcó de por vida. Tengo muy marcada la cara del camillero y la voz”.

Para Elena, igual que para tantas otras, nada fue como esperaba. Vivió los primeros días del confinamiento pensando que podría ser algo corto y que pronto se volvería a la normalidad, pero tras dos semanas comenzó a verlo “muy negro”. “Se acercaba la fecha de mi última ecografía y no sabía se la tendría, y comenzó la incertidumbre. Llamadas al hospital sin respuesta, con solo información vía televisión o redes sobre cómo proceder. Resultó que comencé a acumular mucho líquido amniótico y mis consultas pasaron de ser lo normal a tener que ir todas las semanas tanto al hospital como al centro de atención primaria, con el miedo que eso me infundía... Además, me programaron el parto para una inducción. No estaba muy justificado, ya que vivo a 10 minutos del hospital, pero por el líquido me dijeron que preferían tenerme allí. No había tenido ninguna contracción, ni siquiera falsa. Tras 30 horas con propess y oxitocina me realizaron una cesárea de urgencia por bradicardia del bebé. Esto lo cuento, porque tras mucho reflexionar, creo que todo fue dirigido, sin dejarme apenas participar del proceso. Recibí un trato amable y cercano, pero sin apenas capacidad de decisión ante lo que iba ocurriendo en mi cuerpo”, reflexiona.

Y así podríamos seguir. Palabra tras palabra, página tras página. Han pasado cinco años y hemos aprendido a aceptar. Mientras el mundo miraba para otro lado, mientras se tomaban decisiones que nos han marcado para siempre, las madres de la pandemia tuvimos que seguir adelante, como habría hecho cualquier otra madre en nuestra situación. Abandono, soledad, miedo o incertidumbre fueron algunas de las emociones que más nos acompañaron aquellos meses, pero hoy, por fortuna, les sumamos otras como orgullo, coraje o valentía. Habrá espinitas que llevaremos clavadas el resto de nuestra vida; también la certeza de que cuando el mundo se sumió en el caos, nosotras seguimos siendo un lugar seguro para nuestros hijos.