Una tristeza como una casa

Tenía una tristeza tan grande que se tuvo que comprar otra casa. No le quedó más remedio.

Durante años compartieron espacio, pero aquel cuchitril ya no daba para los dos. Mira que se lo había dicho. Que le dejara respirar, que le asfixiaba. Pero a la tristeza le gustaba estar encima, agobiante, impaciente, acechando sin parar, dispuesta a aparecer al menor descuido.

Por su culpa estaba a punto de perder su empleo. Siempre tenía que ir con él, oye. De la mano. Y si la tristeza no estaba bien vista en ningún