En medio del caos, llegó él para iluminarlo todo

Gabriel nos dio un embarazo de libro. Eso nos decían todos los médicos. Clavó cada parámetro, cada prueba. Siempre estuvo en la media de crecimiento y nos hizo facilísimos los nueve meses de espera. Como no podía ser de otra manera, también clavó su fecha de parto. Dicen que más de un 70% de las mamás primerizas dan a luz unos días después de su FPP. Este lunes 16, semana 40+3, rompí aguas y 24 horas después, 40+4, tenía a mi pequeño llorando a pleno pulmón sobre mi barriga.

El momento de romper la bolsa no lo olvidaré nunca. Acababa de terminar de comer y sentí que empezaba a mojar. Me levanté de un salto del sofá y no hizo falta decirle nada a su padre. Los dos nos miramos y sabíamos lo que estaba a punto de pasar. Lloré. Lloré muchísimo mientras esperaba en la ducha a que aquellas aguas me dieran un poco de tregua para poder vestirme y salir hacia el hospital.

Lloré de alivio. Alivio inmenso porque en unas horas sí o sí Gabriel estaría con nosotros y la angustiosa espera en medio del confinamiento por el coronavirus por fin habría terminado. Lloré de alivio porque en ese momento supe que todo iría bien. Que Gabriel llegaba a tiempo antes de que la situación llegase a complicarse más aún. Que para cuando terminara la semana los tres estaríamos de vuelta en casa, tranquilos, seguros y felices de tenernos en medio de todo este caos.

Y así fue. La atención en el hospital fue cálida y acogedora, como siempre. Sin alarmismos, sin histerias, tan solo con las precauciones adecuadas, pero con la tranquilidad suficiente como para que por unos días nos olvidáramos de todo lo que ocurría a nuestro alrededor y nos centráramos en lo único importante: nuestro hijo.

No tuvimos visitas. Tampoco las necesitamos, la verdad. Diría que fue hasta un regalo en medio de esta locura. Tuvimos 48 horas apoyados por un excelente equipo de enfermeras para aprender mucho sobre lactancia y primeras rabietas. Tuvimos 48 horas de sentirnos seguros antes de volver a casa y enfrentarnos a lo desconocido. Y, lo mejor, tuve 48 horas de posparto sin tener que fingir ni poner buena cara a nadie mientras por dentro me dolía todo el cuerpo.

El jueves por la tarde nos dieron el alta y volvimos a casa, donde estamos en aislamiento desde entonces. Seguimos sin visitas. Ahora eso duele mucho más. Que Gabriel no pueda conocer a sus abuelos y tíos hasta dentro de varias semanas me supone un esfuerzo de concienciación sobrehumano. Sé que es lo que tenemos que hacer y ellos son los primeros que se niegan a venir hasta aquí, pero duele tenerles tan cerca y a la vez tan lejos.

Ojalá pase pronto todo. Sé que sabremos recuperar el tiempo perdido.