Hacía falta tan poco…

Y entonces me di cuenta de que me hacía falta poco, muy poco, para volver a mi normalidad. La fase 1 es más que suficiente. No necesitaba salir a cenar, ni siquiera a tomar una caña. No necesitaba irme de tiendas (primero toca bajar esos kilos de más que se han quedado conmigo tras dar a luz). No necesitaba, por supuesto, salir de la provincia ni irme de viaje a ningún hotel. Tan solo necesitaba coger mi coche y bajar hasta el barrio donde viven mis padres y mi hermana, a menos de quince minutos de mi casa. Tan solo necesitaba que ellos se pudieran quedar con Gabriel una hora para que yo pudiera hacer la compra tranquila o, mejor aún, empezar las clases de recuperación posparto. Tan solo necesitaba poder vestir al peque con algo más que no fuera un pijama (porque total, para no salir de casa…) y, de paso, ponerme yo un vaquero, que ya ni recordaba la última vez que quité los leggins para salir a la calle.

Ahora el tiempo vuela y Gabriel va aprendiendo muchas cosas. Los viajes en coche empiezan a ser costumbre en su vida, aunque no siempre le gustan. Los paseos en porteo ya no los hace solo conmigo (imposible, ¡su tita los adora también!). Y, lo más importante, empieza a descubrir que había mucha gente ahí escondida deseando conocerle. A todos les saca una sonrisa. “Pero qué guapo está, qué grande”. “Mira cómo sonríe, es para comérselo”. Y yo, mamá orgullosa, siento cómo se me hincha el pecho. “Es mi hijo”, pienso y siento cómo se compensan de golpe todas las horas de parto, todos los meses de embarazo, todas las noches sin dormir.