La soledad, la terrible soledad

Incomprendida. Así me siento en esta doble cuarentena, con un encierro que se me hace cada día un poco más difícil. Dicen que el posparto es el gran olvidado. Cualquier posparto, en cualquier situación. Pues ahora súmale a ese dolor de cuerpo que va de arriba abajo y a esa revolución hormonal incontrolable que no puedes ver a tu familia. No hablo de primos y tíos, no. Que no puedes ver a tu madre, ni a tu padre, ni a tu hermana. Y no porque estén lejos, sino porque alguien ha decidido que no es “esencial” que una recién parida reciba la ayuda de su núcleo familiar más cercano.

Ahora súmale que no puedes salir de casa. A nada. Ni siquiera a las zonas comunes de tu edificio. Ni siquiera a la consulta con tu matrona, porque alguien ha decidido que es suficiente hacerla por teléfono. Como si una conversación de dos minutos supliera una exploración en condiciones, como si en un momento de tantísima vulnerabilidad donde todo es absolutamente nuevo y desconocido supiésemos decirle si hay algo que está mal o si va todo bien. Qué sabemos. No tenemos ni idea, porque no tenemos con qué comparar, porque nunca antes hemos tenido a un recién nacido en casa, nunca antes hemos cambiado pañales ni alimentado a una criatura que cuenta su vida por días.

Al miedo y el cansancio habituales del posparto, yo he tenido que sumar la tristeza, la soledad, el encierro forzoso y la enorme incertidumbre que supone no saber, no tener ni idea de cuándo acabará esto. Y aquí sigo, cinco semanas después, riéndome con sarcasmo cada vez que alguien me dice: “Mira el lado bueno, así no tienes que aguantar visitas”. ¿En serio? ¿En serio el lado bueno de todo esto es que mi hijo no conozca a sus abuelos? ¿Que mi marido y yo no hayamos tenido ningún tipo de apoyo familiar ni para las tareas de la casa, ni para los cuidados del peque, ni siquiera para darnos una ducha con un poco de paz? ¿En serio el lado bueno de todo esto es que llevemos cinco semanas sin contacto con la realidad -con nuestra realidad antes del confinamiento, no con esta película de ciencia ficción en la que estamos sumidos-, creyendo que hemos caído en un bucle infinitos de cambiar pañales, preparar biberones y dormir en períodos de tres horas? ¿En serio?

Desde el principio del embarazo estaba convencida de que lo mejor era restringir al máximo las visitas en el hospital y las primeras semanas en casa. Ten cuidado con lo que deseas, dicen. Cuando la realidad caricaturiza tu convencimiento es cuando te das cuenta de hasta qué punto estabas equivocada. Me ha tocado aprender a la fuerza que la maternidad no es un cambio para vivir en soledad. Muy al contrario, es un momento para compartir, para aceptar consejos de otros que ya han pasado por lo mismo que tú, para reforzar los vínculos con la familia más cercana y para agradecer a tus padres todas las cosas que han hecho por ti y de las que nunca habías sido tan consciente.

Seguimos sumando días. Un día menos, dicen. Un día más, digo yo. ¿Hasta cuándo?