Parturienta en cuarentena

13 de marzo de 2020. La fecha que llevaba meses grabada a fuego. Mi FPP. Semana 40 de embarazo. Dicho de otra manera, el día que salía de cuentas. Era viernes 13, algo que ya podía adelantar los peores presagios, al menos en la novela negra. Lo que en ningún momento me podía imaginar era que este viernes 13 de marzo de 2020 no fuera solo el día que salía de cuentas, sino que fuera también el día en que el presidente del Gobierno de España decretara el Estado de Alarma en todo el país. Nada más y nada menos.

Hoy seguimos en la misma línea. Mi peque haciéndose de rogar un día más y los gobiernos, tanto el estatal como el autonómico, nos han pedido que nos quedemos en casa. Nada de salir a la vía pública salvo que no nos quede más remedio… ¿Quién tendría ganas de conocer el mundo en estas circunstancias?

Este blog empieza como una vía de escape para una parturienta en cuarentena. Soy primeriza y como tantas otras mamás deseaba con ganas que llegara este momento, que imaginaba como una mezcla de incertidumbre, ilusión y miedo. Dejar pasar las horas, chequear mentalmente mi cuerpo cada poco y detectar nuevos síntomas que me hicieran creer que el momento de conocer a mi hijo cada vez estaba más cerca. Y en esas estábamos desde la semana 37 cuando el coronavirus se coló en nuestras vidas para quedarse, al menos, unos meses con nosotros y volverlo todo aún más caótico y confuso.

Ponerte de parto asusta. Ponerte de parto en mitad de una alarma social que ha llevado a cerrar centros educativos y todo tipo de establecimientos comerciales, a cancelar todos los eventos culturales y deportivos de primer nivel (¡la liga de fútbol profesional incluida!), limitar el movimiento de personas por la vía pública y a pedir, por activa y por pasiva, que nos quedemos en casa salvo causa de fuerza mayor… eso, amigos, es harina de otro costal.

¿Se puede decir que la situación me asusta? Sí, claro. También se puede decir que romperse una pierna “hace pupa”. En cualquier caso, sería más correcto decir que estoy acojonada. Que intercalo los picos de ansiedad con otros de incredulidad porque cada nueva noticia es más surrealista que la anterior. Y que en este estado es muy difícil dar a luz.

Miles de preguntas bombardean mi cabeza. ¿En qué nivel de desbordamiento estará el hospital cuando llegue en pleno trabajo de parto? ¿Cómo afectará el caos a una situación que debería vivirse en la mayor de las intimidades? ¿Cómo gestionaremos las visitas a un recién nacido? ¿Seremos capaces de sobrevivir los primeros días sin nadie que pueda acercarse a casa a echarnos una mano? ¿Habremos comprado todo lo necesario para el bebé? Peor aún: Y si en estos días me contagio yo, ¿me separarán de mi hijo? ¿Podré iniciar la lactancia? ¿Nos obligarán a estar lejos de su padre durante la cuarentena?

Mejor paro, porque el bucle sería infinito. Mientras escribo estas líneas solo deseo que Gabriel se anime a salir cuanto antes. Algún día será consciente del momento tan confuso en el que llegó al mundo. Hasta entonces, me propongo enseñarle que no hay mejor habilidad que saber adaptarse a cada situación que nos plantee la vida, por muy compleja que esta sea.