¿Me mudo al pueblo con mi familia? Algunos consejos para tomar la mejor decisión

Libertad, tranquilidad, naturaleza, aire limpio… Las ventajas de vivir en un pueblo son de sobra conocidas, pero ¿son suficientes para tomar la decisión -casi radical- de dejar una vida en la ciudad para trasladarse con niños pequeños a un pueblo?

“No todo el mundo se adapta”, admite Miriam. “A mí me costó casi seis años adaptarme al cambio de ciudad a pueblo, pero ahora estoy encantada”, apunta Edith. “Creo que no todo el mundo que se muda aquí tras la pandemia lo aguantará”, señala Paula, que lo explica así: “El invierno es muy duro. A las cinco es de noche y aquí no hay luz en la calle ni sitios a donde ir, ni tiendas, ni bares, ni nada… ni siquiera pasear. Está oscuro, no hay aceras…”.

Ese es uno de los contras. Otro, el más repetido, es la necesidad de depender de coche para todo. “En cuanto los niños empiezan al colegio es un atraso, se pierde mucho tiempo”, asegura Isabel. “Yo viví hasta los 20 años en un pueblo y mis padres eran esclavos de mis horarios”, recuerda Vero. “Lo peor es la falta de servicios. Siempre vas a tener que coger el coche para realizar cualquier gestión, llevar al peque al cole…”, apunta Elena.

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No en todos los pueblos es así, claro. En Madroñera (Cáceres), por ejemplo, un pueblo de 2.500 habitantes donde vive Inma con su familia, tienen guardería, colegio, instituto, parque, piscinas, gimnasio, biblioteca, pabellón multiusos con actividades, pistas de pádel y tenis… Por eso, como apunta Esther, “antes de tomar la decisión, tienes que elegir bien a qué pueblo te mudas”. Ella vive en uno de Extremadura de unos mil habitantes y para ir al pediatra tienen que hacerse 15 kilómetros. Además, “el hospital de urgencia más cercano está a media hora de coche y el hospital maternal, a una”.

Otro tema que preocupa a las madres es la falta de actividades cuando sus hijos crezcan un poco. “Las opciones educativas, lúdicas, deportivas o culturales se limitan. No hay academias de inglés, grupos deportivos, museos, música…”, detalla Paula. Lo mismo apunta Inma: “Muchas veces pienso que mi hijo aquí va a tener menos posibilidades en cuanto a hobbys como practicar deportes, tocar instrumentos o aprender idiomas”.

Lo peor es la falta de servicios. Siempre vas a tener que coger el coche para realizar cualquier gestión, llevar al peque al cole…

Elena

Ventajas de criar en el pueblo

En el otro lado, claro, todas destacan la tranquilidad y la libertad que te proporciona la vida en el campo, en contacto con la naturaleza. “Un niño de año y medio que ya quiere independencia para caminar sale a la calle sin riesgo ninguno y siempre estarán los caminos para darles rienda suelta”, apunta Krys.

“Los niños tienen más calidad de vida y pueden jugar solos en la calle desde edades más tempranas”, señala Aida, para quien vivir en el pueblo son todo ventajas: “Todo el mundo se conoce, el aire es más limpio, las estrellas brillan todo el año, generamos nuestra comida, un tomate sabe a tomate, tenemos gallinas y sus huevos son… lo mejor de este mundo”.

En la misma línea se expresa Miriam: “La niña es feliz aquí. Tenemos perro, pollitos, gallinas, cabra… Ella es la reina del pueblo, los vecinos la adoran y ella a ellos”. Precisamente esa cercanía con los vecinos es otra de las ventajas que señala también Elena: “Se tiene mucha más cercanía con la gente y se conoce a los vecinos, algo que es casi imposible en la ciudad. Aquí se construyen redes de apoyo”. En esa línea, Paula asegura que “criarse en un pueblo es tener una familia extra que te cuida y te quiere. Son otra familia”.

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Vivir en el pueblo quizás no sea para todo el mundo, pero hay personas que ya no saben vivir de otra manera: “Yo estoy encantada de la vida. intenté vivir en la cuidad, pero no duré ni dos semanas. Los ruidos no me dejaban dormir, necesitaba los pájaros al despertar y no coches y coches. Hay que ser de pueblo, supongo, para entender esto”, confiesa Aida.

Para Paula, sin embargo, lo ideal sería una opción intermedia. “Vivir aquí de continuo no lo veo. Creo que lo ideal sería un término medio, o tal vez sí me lo plantearía si estuviera más cerca de alguna ciudad”, cuenta.

Criarse en un pueblo es tener una familia extra que te cuida y te quiere. Son otra familia

Paula

Está claro que existen tantas fórmulas para criar como madres hay en el mundo. Quizás lo más importante sea estar bien informada y después… dejarse llevar por la intuición.

Mi experiencia: una decisión forzada

En mi caso, pese a saber todo esto, mi intuición me decía que sí, que era el momento del cambio. Estaba dispuesta a asumir los traslados interminables en coche y la falta de actividades que, estaba convencida, ya me ocuparía de compensar de alguna manera.

Sin embargo, en nuestro caso, fueron los números los que nos dieron de bruces con la realidad. Cuando yo ya había idealizado mi vida en el pueblo, no en uno cualquiera, sino en un pueblo costero del occidente asturiano, con su mar salvaje y su calma absoluta, donde teníamos la oportunidad de heredar una casa familiar, la tozuda realidad vino a dar con ello al traste.

El sueño duró una semana. Le dimos mil vueltas. Nos hicimos dos preguntas clave. La primera: “¿Nos apetece de verdad este cambio?”. Cuando me di cuenta de que esa decisión no la podía tomar con la cabeza, sino con el corazón, cogí el coche y me fui a Busto, a 45 minutos de donde vivo ahora, en Gijón. Me planté frente al mar, en la playa de Bozo, en un rincón que parecía preparado para mí. Allí sentí la inspiración entrar por todos los poros de mi piel. Me imaginé allí, escribiendo, soñando. Y dije sí, un gran sí a la vida.

Playa de Bozo (Busto, Asturias)

Así empezó el viaje. Un viaje que duró una semana, pero que se queda conmigo para siempre. Gracias a él, me reencontré con la escritura, con las palabras, y con vosotras. Si puse la newsletter en marcha fue gracias a ese momento. Si me arranqué a intentar perseguir mi gran sueño -escribir una novela- fue gracias a aquella mañana de lunes en la que me permití escucharme a mí y a nadie más.

La segunda pregunta fue la que me trajo de vuelta a tierra: “¿Nos lo podemos permitir?”. Y durante una semana lo intentamos, leímos en foros, echamos números y nos asesoramos por diferentes vías. Cuando vimos que la cifra que estaba encima de la mesa para reformar una casa familiar de 200 metros cuadrados y cien años de historia duplicaba nuestras posibilidades (y cuando digo posibilidades, digo hipotecarnos y endeudarnos hasta las cejas), no hubo decisión que tomar porque sencillamente la opción no existía.

Y está bien así. He aprendido a aceptar la realidad tal cual es. No hubo drama, no hubo pena. Sólo un encuentro con la realidad y el agradecimiento a tanto cuanto llegó a mi vida en una semana en la que, sin pasar nada, pasó de todo.

Ya habrá tiempo para más aventuras.

Aquí podéis seguir una historia real

Pero si te has quedado con ganas de más y quieres conocer de primera mano el testimonio de alguien que sí se ha lanzado a la aventura, te invito a que visites el perfil de Mariona, que se ha mudado con su familia de tres a Puig-Reig, en la comarca del Berguedà, en Barcelona. Ella misma lo cuenta así:

“La idea de mudarnos viene de antes de que mamá se quedara embarazada. No podíamos evitar preguntarnos qué hacíamos hacinados en menos de 60 metros cuadrados, pagando un alquiler astronómico. En una ciudad que va demasiado deprisa y donde vive demasiada gente. Es lo que habíamos estado haciendo toda nuestra vida.

Una sustitución en una escuela de un pueblecito cercano al nuestro, nos dio la oportunidad de dar el salto. Hace apenas una semana estábamos firmando un contrato de alquiler y ahora nos movemos entre cajas y brochas de pintura.

Nuestro pueblo, nuestro nuevo hogar es pequeño. Pero tiene todo lo que necesitamos y le falta todo lo que nos sobra. Sólo teníamos que perder el miedo y volar. Juntos, a la deriva.”

La podéis seguir a través de su cuenta de Instagram @junglerfamily.

Mariona y su familia