Un mes de vida, un mes de encierro

Hoy Gabriel cumple un mes, ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor. Duerme, llora, come… nos mira con sus enormes ojos, se parte de risa en sueños. Se podría decir que es feliz, que tiene todo lo que necesita. Por suerte, no sabe todo lo que se está perdiendo por haber nacido cuando ha nacido. Le faltan besos, muchos besos, de todos sus abuelos, le falta el cariño de sus tíos, le faltan las risas de sus primas. Le falta el aire fresco, los paseos en el carricoche, las escapadas con sus papis a algún merendero con tortilla y sol.

Él no lo sabe, pero yo sí y duele. Quizás por eso me sorprendo teniendo más paciencia de la que nunca tuve, asumiendo con calma las largas noches en vela, los ratos de protesta en cuello, los dolores en la espalda y la ducha que nunca llega. Él no lo sabe, pero yo sí y sé también que no se merece nada de lo que está ocurriendo, por eso me toca dar el doble, aguantar el cansancio, no perder la sonrisa. Ahora que papá volvió a trabajar, Gabriel y yo nos hemos quedado atrapados en estas cuatro paredes, sin posibilidad de dar un paseo, sin posibilidad de tener relevo. Y no pasa nada. Todos los miedos que tuve los días previos a que esta situación llegara han caído en saco roto. Nos hemos sabido hacer el uno a otro como si hubiéramos entrenado toda la vida para ello. Quizás ha sido así.

Hoy, Gabriel, cumples un mes, ajeno a todo lo que ocurre a tu alrededor. Ajeno a que viniste al mundo para cambiarme la vida. Y lo hiciste, ya lo creo. ¡Y de qué manera! Ajeno a que me has enseñado que prefiero una vida atrapada siempre que te pueda tener en brazos o que asumo sin pena el sueño interrumpido si puedo seguir disfrutando de tu sonrisa canalla, esa que pones cuando duermes y te imagino soñando libre, sin prohibiciones. Ajeno a que has cambiado mis prioridades de arriba abajo y que me has hecho ver qué poco importante es todo lo demás.

Gracias, peque, por tu calor, por esa carcajada que llega cuando tienes los ojos cerrados y que sé que pronto nos regalarás con ellos también abiertos. Siento el mundo al que te he traído, pero te prometo que es solo temporal. Mientras tanto, vamos a seguir aprendiendo: tú a vivir, yo a enseñarte cómo hacerlo.