Una sensación indescriptible

Te veo dormir, sentado en una esquina del sofá. Tu sitio favorito, por mucho que los especialistas recomienden cuna y oscuridad para una buena siesta. Todavía te quedan días para cumplir los tres meses, pero yo ya te veo como un pequeño hombrecillo. No podría quererte más.

A veces, muchas veces, sonríes en sueño. Incluso te ríes a carcajadas. Y la mejor sensación del mundo, una sensación indescriptible, me sacude de arriba abajo. Siento que eres feliz, que estás a gusto en casa y que vas aprendiendo que el mundo, al menos el tuyo, es un lugar seguro. Y te quiero. Te digo que te quiero sin parar, en susurros. Te pregunto si sabes cuánto te quiero y tú sigues durmiendo con esa paz que lo inunda todo. Y no podría quererte más.

Una amiga me preguntaba hace poco si es verdad que lo que siente una madre por su hijo es tan increíble como dicen. Me reí. Le dije que no quedaba otra, que la naturaleza es muy sabia. Nos ha programado para ello, para olvidarlo todo, para aprender a colocarnos en un segundo plano. Le dije que sí, claro, que lo que siente una madre por su hijo mueve montañas, ríos y lo que haga falta. Le dije que la maternidad es dura, muy dura, pero que no podría quererte más.

Y abres los ojos. Y me ves acercarme. Y tu cara se convierte en una enorme sonrisa. Y no, no podría quererte más.