19
marzo
Nacer cuando el mundo se detuvo
Cinco años después, las mujeres que vivieron sus embarazos, partos y pospartos en el pico de la pandemia provocada por el COVID recuerdan cómo vivieron aquellos meses inciertos
Cinco años después, las mujeres que vivieron sus embarazos, partos y pospartos en el pico de la pandemia provocada por el COVID recuerdan cómo vivieron aquellos meses inciertos
En este post te cuento todos los cambios que hicimos en la habitación de Gabriel para adaptarla a su crecimiento. Siguiendo la filosofía Montessori, queríamos dejarle un ambiente preparado para que se sienta integrado en casa y vaya siendo cada vez más autónomo. Además, nosotros solemos apostar por el minimalismo (en la medida en la que todos los cachivaches del peque nos dejan) y el low-cost. Este fue el resultado.
De cuna a cama
En septiembre, justo cuando Gabriel cumplía año y medio, decidimos hacer algunos cambios en su habitación y dejársela
A propósito de la iniciativa #yotambiensoycoronamami, fuisteis muchas las que me escribisteis, compartisteis una foto para el álbum o me ayudasteis a darle difusión. Nunca me sentí tan arropada, nunca había sido tan consciente de cuántas hemos pasado por lo mismo, de cuántas hemos tenido que sufrir este castigo tan nuevo, tan injusto y que del que tan poco se ha hablado. Gracias de corazón.
El fin de semana en el que Gabriel ha cumplido siete meses, ha sido también el fin de semana en el que se ha metido sus dos primeros tortazos. Guapos, guapos. El primero, el viernes después de comer, contra el borde de la mesa de la cocina. Todo el papo marcado, de lado a lado. Y esa sensación de culpa, de impotencia, de “ojalá me hubiera pasado a mí”, que se apoderó de los tres que comíamos con él. Y el segundo, hoy, hace apenas unas horas, contra el somier de la cama. No fue quizás tan escandaloso como el del viernes, pero el resultado ha sido peor: un enorme chichón rojo y morado en medio de la frente.
La vuelta al trabajo -al teletrabajo en mi caso- ha sido una locura. Seis semanas intensísimas en las que he tenido que aprender a ser madre y trabajadora a la vez, a tiempo completo en ambos casos, y a conciliar una vida en la que trabajo y familia comparten lugar. Si no marco yo los límites, no existen. No hay posibilidad de escapar, de desconectar, ni de una parte ni de la otra, y lo que a priori parecía una gran ventaja se vuelve a menudo en contra.
Hoy va por mí. Un miércoles cualquiera de una semana cualquiera de junio. Porque sí. Porque he llegado puntual, después de haber bañado a Gabriel en tiempo récord, en un baño lleno de sonrisas y canciones en voz baja. Canturreando entre susurros para no molestar a papá, que teletrabajaba muy cerca de nosotros.
Te veo dormir, sentado en una esquina del sofá. Tu sitio favorito, por mucho que los especialistas recomienden cuna y oscuridad para una buena siesta. Todavía te quedan días para cumplir los tres meses, pero yo ya te veo como un pequeño hombrecillo. No podría quererte más.
Siempre he dicho que la maternidad fue el mayor baño de realidad de mi vida. Después de haberme leído decenas de libros durante el embarazo, me tocó improvisar y hacer caso a los mayores, que para eso saben mucho más de la vida que las teorías de los más expertos. La maternidad llegó a ser, incluso, un jarro de agua fría. Durante días me preguntaba por qué había decidido complicarme así la vida.
Querido papá, yo aún no te conozco mucho, pero mamá dice que eres el mejor papá que pude tener. Y me lo creo, porque estuve dentro de su barriguita nueve meses y sé de primera mano todo lo que siente por ti. Mamá dice que siempre tienes mucha paciencia y que estás deseando que crezca un poco más para jugar conmigo a todos los juegos que se nos ocurran. Mientras tanto, sé que disfrutas cantándome todas tus canciones favoritas, mirándome y llamándome “Mister sweetface”. Yo no sé aún qué significa eso, pero pronto te entenderé y podremos hablar de muchas cosas.
Y entonces me di cuenta de que me hacía falta poco, muy poco, para volver a mi normalidad. La fase 1 es más que suficiente. No necesitaba salir a cenar, ni siquiera a tomar una caña. No necesitaba irme de tiendas (primero toca bajar esos kilos de más que se han quedado conmigo tras dar a luz). No necesitaba, por supuesto, salir de la provincia ni irme de viaje a ningún hotel. Tan solo necesitaba coger mi coche y bajar hasta el barrio donde viven mis padres y mi hermana, a menos de quince minutos de mi casa.

Siempre confié en que la maternidad fuese ese punto de inflexión a partir del cual me atrevería a decir y hacer lo que pensaba y sentía en cada momento, a anteponer las necesidades de mi hijo, y las mías propias, a las de los demás. Lo que no llegué a imaginarme es hasta qué punto eso me cambiaría por completo la vida.
Por cierto, una vez cada quince días me gusta enviar una carta con mis experiencias y aprendizajes y también con todo el contenido de valor que nos aportan las expertas a las que entrevisto para este blog. Si te apetece recibirlas, déjame aquí tu mail:
